Existen conceptos que han surgido hace relativamente pocos años y tienen previsto quedarse para siempre porque encierran una realidad que no ha encontrado una mejor definición o significante.
Uno de estos conceptos es el de smart. Se ha asociado normalmente a ciudades, a redes de energía, a teléfonos y a televisiones, pero la realidad es que se puede relacionar con casi cualquier cosa, también con las oficinas.
La palabra smart significa listo, inteligente, experto y en el concepto que se ha creado en torno a ella en los últimos tiempos, un papel muy importante lo tiene la tecnología, la automatización y la eficiencia.
En este sentido, a la hora de hablar de eficiencia también se habla de responsabilidad, y, por qué no, de compromiso para con los recursos que se consumen de un determinado ámbito o en un determinado lugar.
En una oficina el carácter smart se puede vincular con la eficiencia, que se logra en el consumo de energía, agua o también con el aprovechamiento de los espacios, o incluso, con la práctica de asignar las tareas de forma apropiada al equipo.
En lo referido a lo físico, es común encontrar sensores de luz eléctrica para evitar el derroche, por ejemplo de agua, aires acondicionados que se bloquean en el momento en el que se abre una ventana o una disposición del mobiliario para aprovechar mejor la entrada de luz natural.
Pero también el uso de una determinada silla, la correcta altura del ordenador o la propuesta de actividades de team building o la disponibilidad de salas de descanso suman a ese concepto.
Y es que en este contexto la palabra smart está perfectamente conectada con bienestar, el bienestar de los trabajadores que resulta de unas condiciones ambientales y físicas idóneas, relacionadas con el edificio, las cuales crean un entorno inspirador y propicio para desarrollar un trabajo estimulante, en el que cada persona pueda desarrollar lo mejor de sí misma, consiguiendo, por ende, resultados excelentes.